Aquella mañana hace 10 años me disponía a desayunar
cuando la voz de Iñaki Gabilondo anunciaba una tragedia que confirmaría más
tarde. El odio religioso, otra vez, producía una masacre entre estudiantes, clase
trabajadora, inmigrantes, etc., lo que solemos decir el pueblo llano. Era el
ataque más cruel que la sociedad española padecía desde la Guerra Civil, la
sociedad de a pie porque los banqueros, las élites burguesas y políticas en
general no suelen coger ese transporte.
Allí quedó truncada la vida de 191 personas, los jóvenes
con la ilusión de labrarse un porvenir a través de sus estudios, la clase
trabajadora con el firme propósito de sacar adelante a sus familias, los inmigrantes
en busca de un futuro menos sombrío que en sus países de origen…, todo ello
saltó por los aires. Más de 3.000 personas afectadas a lo largo del tiempo por
aquella sinrazón y de una manera indirecta casi todo un país herido por esa
barbarie. Y digo casi todo porque yo, haciendo un ejercicio de empatía, me
ponía en el lugar de Pilar Manjón y como padre sentía un dolor inmenso (para
más inri también tengo un Dani). Y como yo, otros millones a los que considero
personas buenas, con ideas diferentes, pero buenas al fin y al cabo.
Hay otra parte de la sociedad española, mínima eso sí,
que todavía está por no reconocer el daño que produjo su empecinamiento en
mirar hacia otro lado y atacar a las víctimas de otra forma, tan dolorosa como
con los explosivos. Estos otros, los yihadistas del PP, todavía no han pedido
perdón por el daño causado a personas como al Comisario Ruiz (su mujer acabó
suicidándose por no aguantar la presión de la acusación a su marido), a Pilar
Manjón (aún hoy recibe insultos), y a un largo etc. Declaraciones como las del
Presidente de la Comunidad de Madrid (“Lo importantes es saber quién hizo aquel
atentado tan salvaje”), o las de la señora De Cospedal (“Cualquier luz va a ser
buena, no hay que cerrar la puerta a nada”), solo demuestran la bajeza moral de
quienes las profieren, aparte de la poca calidad humana de unos representantes
elegidos por una parte de la población dispuesta a creerlos porque pueden
pensar lo mismo.
Pilar Manjón cuando declaraba ante nuestros representantes,
ponía dos ejemplos claros y contradictorios: “Vi llorar a Labordeta y Acebes
(Ministro del Interior con Aznar durante los atentados) leía la prensa”. Creo que
sobran las palabras a la vez que los adjetivos se quedarían cortos para definir
esa actitud nauseabunda.
Yo me quedo con el dolor y la entereza de Pilar. Tres días
más tarde, aún sin que le hubieran entregado el cadáver de su hijo, fue a
votar. Se tragó muchas lágrimas, pero no quiso dejar pasar la ocasión de
cumplir con su deber ciudadano. Y es bueno recordarlo cuando se acercan unas
elecciones europeas, sobre todo a aquellas personas que puedan tener la
tentación de no hacerlo. Yo siempre he votado, fui de una generación que luchó
por conseguirlo, pero si alguna vez sintiera la debilidad de no hacerlo,
pensaré en ella. La veré carcomida de dolor pero con la dignidad incólume de la
persona que no puede ser vencida. Yo siempre estaré al lado de personas como
ella porque de camino nos recuerda que no todos los políticos son iguales, los
hay de un amplio abanico y los hay hijos de PP.
Por cierto, ¿tú iras a votar?